Tengo tantos barcos en tu puerto.
Zarparon
de mí como quien sale de paseo un día de verano
a comprobar si es verdad
esta luz en el aire, a seguir
la estela de un hermoso pájaro.
Borrachos de víento, éhrrantes
del aire en tu boca que mis velas persiguen, no
han vuelto mis barcos.
Siguen allí, en tu puerto.
Salí al muelle a esperarlos.
Tiritando de miedo, ¿era espuma o escarcha
esa neblina blanca del horizonte eterno?
(Tengo tantos barcos en tu puerto.)
Los huecos en el mío son un vértigo,
como si el mar se hundiera
esforzándose por ocultar su vientre en una postura incómoda.
Quién sabe qué tormentas,
qué guerras, qué sequías, qué piratas,
¡se tarda tanto tiempo
en convencer de que flota a la madera…!
¿Y si tus diques se secan
(¿cuánto duran tus mareas?)
tan despacio
que la arena brilla aún cuando llegas
a rescatar a mis náufragos?
¿Y si apagas tus faros en una noche quieta
y emmudecen las olas, y emmudecen los pájaros
y el mar no se atreve a confesarse océano?
¿Y si no vale la pena
construir barcos?
Cada estrella que guía a los barcos que erran
errando,
cada barco estrellado contra la escollera,
que, estrellado, se hace estrella,
cada naufragio en el mar de la entrega,
que es escama de sal en la piel ya seca
de la noche eterna, estrella,
me recuerda
que nunca hubo flota demasiado pequeña
para este ínfimo
mosquito de tierra.
Preciós!!!
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