La pregunta
no es si oyes
voces
(todes oímos voces).
La pregunta es cuánto silencio
hay entre las voces.
La pregunta es si están cómodas
dentro de tu cuerpo;
si conseguiste entrevistarlas a todas
mientras el resto guardaban silencio.
La pregunta es si las voces están sentadas
en sillas cómodas, dignas,
de Parlamento.
La pregunta es si saben encender y apagar el micrófono
y si todas tienen micrófono.
¿Hay suficientes cojines
para que no se hundan en sus sillas
las voces pequeñitas?
¿Qué voces cuentan
fake news sobre ti misma,
lxs demás
o el mundo?
Intento fallido de ser piedra:
yo también externalicé los servicios
de seguridad y de control
de mi Parlamento interno.
Pero reventaron mis cárceles
de presos políticos.
El cerebro no es un Gran Hermano del cuerpo.
Hay derecho a escucharnos dentro.
(Y por suerte ha habido un Santiago Carrillo
para cada uno
de mis Tejeros.)
La voz que ahora escucháis, de mi cuerpo a vuestros cuerpos
y tiene armónicos
porque mis voces de adentro
no están siempre de acuerdo.
Por las grietas nos reconocerán.
Y verás, en mi Parlamento
hay demasiadas voces
como para retransmitir en directo
lo que el mundo de afuera dice
a cada puto momento.
La pregunta que yo realmente tengo
es ¿de dónde sacar el tiempo
para escucharlas a todas
si la jornada laboral
es de cuarenta horas?
Es que la vida llueve demasiado
para ser redondas piedras.
Venimos del barro,
hijxs de las grietas.
Cual monolitos de silencio
estuvimos sosteniendo
la casa ajena, el edificio
del cerdito mayor
ordenándonos ser piedras.
La salud mental no es no oír voces.
Es tener el privilegio
del espacio y el tiempo
para entenderlas.
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